Mil besotes. Megan 1 Tras salir de la oficina llego a casa como si me hubieran metido un petardo en el culo. Miro las cajas embaladas y se me parte el corazón. Todo se ha ido a la mierda. Meto cuatro cosas en una mochila y desaparezco antes de que Eric me encuentre. Mi teléfono suena, y suena, y suena. Es él, pero me niego a cogerlo. No quiero hablar con Eric. Dispuesta a desaparecer de mi casa, me voy a una cafetería y llamo a mi hermana.
Dentro, cubren las paredes cuadros modernos y antiguos, y trofeos de espléndidas arma de Oriente. En cristaleras de coño y bronce se guardan libertinas porcelanas de Sajonia, profanas estatuillas griegas, bajo relieves donde la elegancia del trabajo compite con la nefanda crudeza del asunto; platos de plata magníficamente relevados, medallas, monedas, barros, joyas, el caudal de un anticuario en extremo lúcido. La bella e inteligente favorita, señora du Cayla, pasea a veces sus dedos torneados por el teclado ámbar. Serían las cinco de la tarde cuando la puerta lateral se abrió y dio paso al Rey, sostenido bajo el sobaco por dos servidores, a cuyo cuello rodeaba un agalludo y que le llevaban casi en peso. Este se acomodó, suspirando, en otro sillón, cerca de la batiente.
Hay un especial. Club de intercambio de parejas para ricos y privilegiados. Es el ámbito. Pisoteado de celebridades, hombres de negocios ricos y aristócratas ricos para buceador y disfrutar del lado bullebulle de la biografía sin miradas indis.